Seguimos preocupados por la falta de agua. Aunque el avance de un frente de oeste a este en la zona núcleo, que se veía venir por las imágenes satelitales, se fue plasmando en oportunas lluvias este martes y en la madrugada de este miércoles con lo cual el panorama agronómico está un poco más despejado. Todos lo necesitamos.
Más allá de esta tribulación permanente por los avatares climáticos, te confieso que en estos días tuve motivos para sacar pecho. Tras la decisión sorpresiva de la conducción oficial de reducir un 20% (grosso modo) las retenciones de los principales productos pamphúmedos, se desató un debate muy rico y, creo yo, decisivo.
En primer lugar, se instaló muy fuertemente que esta gabela no va más. El gobierno había insistido con la teoría del “mal impuesto” y “robo”, pero siempre remataba el discurso de que serían eliminadas cuando se alcanzara el equilibrio fiscal. Milei tuvo un éxito rutilante con la reducción del gasto, casi 5 puntos del PBI en el 2024, lo que está animando al mismísimo Donald Trump a seguir el mismo camino. Con su primera espada Elon Musk apunta en una dirección similar. Sinfonía del nuevo mundo.
Pero el poncho no aparecía. Es cierto que la exacción se redujo, pero si antes eran un robo, ahora es simplemente robar un poco menos, “porque necesito”. El bien a preservar es el equilibrio fiscal, y en eso estamos todos de acuerdo, aunque quienes pueden deban hacer un esfuerzo mayor.
Frente a esto, propusimos con insistencia sustituir el modelo de la quita sin anestesia, por una especie de préstamo forzoso. La idea era que cuando el exportador registra una operación, pagando los derechos, no reciba simplemente una autorización de embarque. En lugar de un recibo, se le entrega un pagaré. Es decir, un bono. Con equis plazo y equis tasa, en dólares, que es lo que puso.
La buena noticia es que el modelo fue tomado por la Fundación FADA, un think tank nacido hace diez años en Rio Cuarto. Dimos cuenta de ello en Clarín Rural del sábado pasado, con una excelente nota de Mauricio Bártoli.
Esto tiene un contenido ético, si se quiere, o al menos de justicia tributaria. Pero más allá de ello, implicaría “precio lleno”. El exportador tiene que traer los dólares para comprar la mercadería, procesarla, pagar todos los gastos y al final del día, exportarla. Para ello tiene que liquidar los dólares. En el caso de la soja, por cada 100, ahora recibe 74 (antes de la reducción de la semana pasada recibía 67).
La idea es que por los 26 restantes, que son los que se queda el Estado, reciba estos bonos. Se da vuelta y cuando compra la mercadería al productor, le pague los 74 en pesos y estos 26 con los bonos. Hoy recibe solo los 74. A las entidades de la producción nunca les gustó la idea, y creo que tampoco a los exportadores, ni a los economistas. “Festival de bonos”, “más déficit”. “Al FMI no le gusta”. “No creo que Milei lo vaya a aceptar”. Escuché todo esto durante años. Pero ahora la bocha está rodando.
¿Qué puede hacer el productor con estos bonos? Lo mismo que el importador, que recibió bonos del Estado para cancelar sus deudas con los proveedores del exterior. Estos bonos tienen dinámica propia. Con creatividad y la máxima libertad de circulación posible, se pagarían impuestos o incluso parte de otros bienes y servicios. Por ejemplo, parte de los alquileres.
Tendría un fenomenal impacto en el flujo futuro de la producción agrícola. Hoy los chacareros están literalmente fundidos, sin capacidad de ahorro. Las empresas de insumos están también al límite, con dificultades para vender y sobre todo para cobrar. Esto se paga con menor producción. Enorme lucro cesante. FADA hizo el cálculo: el presunto sacrificio fiscal de 5.000 millones de dólares, se convertiría en un superávit de 20.000 en corto plazo por aumento de la siembra y la cosecha. En el camino, se genera una enorme masa de recursos vía el crecimiento de la actividad, corriente arriba y corriente abajo.
Por supuesto, es más sencillo el sistema actual. “Te espero en el puerto”. Uno de cada cuatro camiones de soja, cling caja. Fueron 200.000 millones de dólares en veinte años, sin contar el desdoblamiento cambiario. Probemos otra cosa.