sábado, 11 enero, 2025
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España: a 100 kilómetros de Barcelona, la ciudad que es un tesoro oculto y fue escenario de Game of Thrones

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Girona es una de las ciudades con más encanto de España.Mariana Eliano

El cartel lo dice claro: “Prohibido besar el culo de la leona”. El chico que ahora mismo se trepa como mono a la columna quizás no lo leyó o no le importa. Lo retan antes de que logre besarle el trasero a la réplica de la leona original, que es de piedra, del siglo XII, y está en el Museo de Arte. El chico lo hará, quizás, para un reel de Instagram. Durante décadas fue el ritual turístico para volver a la ciudad, hasta había una escalerita para llegar cómodamente al trasero sin tener que saltar o treparse. Después de varias caídas y la muerte de un turista francés retiraron la escalera y se clausuró la costumbre.

Veo la escena de la leona y el chico desde abajo del paraguas de la guía. Hace unos minutos que cruzamos el río Oñar por el puente de San Feliú (Félix) y estamos en la ciudad medieval. Lo aclaro porque también pisaremos la ciudad premedieval. A 100 kilómetros de Barcelona, Girona, donde hoy viven más de 100.000 personas y tiene un sector moderno, es antigua en serio: bimilenaria, dice la guía.

Esta mañana, las piedras relucen con el brillo de la lluvia fina y persistente. Piedras de un color parecido al Mantecol. Si fuera el tono de una pinturería sería una mezcla entre duna, marfil, vainilla, tierra seca. Con sol, quizás agregaría oro viejo, pero es un día de lluvia. El agua se resbala por la piedra.

Pasamos por la basílica de San Feliú –levanto la cabeza hacia el campanario gótico– y por el Centro de Arte Contemporáneo de Girona.

Un joven trata de besar el trasero de la leona, a pesar de que está prohibido.Mariana Eliano,Mariana Eliano

El río Oñar (Onyar, en catalán), afluente del Ter y uno de los cuatro ríos que cruzan Girona, está ahí nomás. Vamos rumbo al tramo de murallas medievales, de los siglos XIV y XV, que sirvieron para proteger los burgos que aparecían con el crecimiento o ensanche de la ciudad. Se supone que las mejores vistas son desde la muralla, pero la lluvia se intensificó y ni siquiera da para caminar debajo del paraguas. Hay que cambiar de plan. La guía propone refugiarnos en la catedral Santa María de Girona. Está a dos minutos andando. Antes de llegar pasaremos del sector medieval a La Força Vella, nombre catalán que identifica la zona construida desde la fundación de Girona hasta el año 1000. La parte más vieja, viejísima.

–Observen la piedra caliza nummulítica. Fijaros con atención y veréis los nummulites fósiles.

–¿Nummulites?

–Organismos animales unicelulares que se extinguieron hace más de 20 millones de años. Parecen moneditas.

Antiguamente, cuando la ciudad era más chica, la muralla llegaba hasta ahí.

Muralla de Girona.Mariana Eliano,Mariana Eliano

Girona conserva marcas del tiempo de los íberos, que vivieron en la zona costera de la península ibérica hace más de 2.000 años. Pero el origen fue romano y se llamó Gerunda. Más adelante, la conquistaron los musulmanes hasta que Carlomagno los obligó a replegarse. Esas potencias dejaron trazos en el casco histórico, que también atesora uno de los barrios judíos mejor conservados de Europa: el Call.

Ahora estamos frente a la catedral, de cara a tres tramos de escaleras que suman 90 escalones. Durante la Fira de Girona, la fiesta de la ciudad, se construyen torres humanas que las suben así, altas y juntas, hasta la entrada de la iglesia. Se las llama els castells (los castillos) y nacieron en 1700. Son netamente catalanas y llegan a tener entre seis y diez pisos –se va afinando en los últimos–, y participan más de cien personas entre los que sostienen abajo –la pinya– y los que trepan a lo alto, la cereza de la torre. Aunque no existe un reglamento, no son para nada improvisadas: responden a un estudio cuidadoso de fuerzas y estructura. Desde 2010, los castells son Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Acompañan la fiesta, la música de la gralla –instrumento de viento– y el tambor.

Iglesia de Sant Esteve, en Peratallada.Mariana Eliano,Mariana Eliano

La tradición de los castells se extendió por la comunidad y cada año se levantan más de ¡10.000! en el territorio catalán. Los de Girona tienen fama de ser de máxima dificultad y se suben el 29 de octubre, Día de San Narciso, el héroe de la ciudad (lo presento unos párrafos más adelante).

La guía habla y habla de los castells y qué ganas de ver uno o, por lo menos, de ir corriendo a YouTube, que es lo que haré esta noche.

En la feria, la ciudad también se llena de mercados al aire libre y desfilan gigantes y cabezudos por el entramado medieval. Finales de octubre, buen momento para estar acá (reservando con mucha anticipación, claro).

Si hoy fuera el día de los castells se suspendería por lluvia. No del todo, porque es un momento esperado, pero sí hasta que escampe.

Calles angostas del Call, el barrio judío.Mariana Eliano,Mariana Eliano

Después de subir la escalera y pagar la entrada, nos resguardamos de la lluvia en la catedral, que está edificada sobre un templo romano que, al cristianizarse la ciudad, se usó de iglesia. El paso del tiempo se ve en los estilos: el claustro con capiteles románicos y la nave gótica –sin columnas– más ancha del mundo después de San Pedro. En la Edad Media había competencias entre catedrales europeas: cada una quería ser la más ancha, la más alta, la más cercana a Dios. Recorrer la ciudad con curiosidad y el ojo atento es una clase magistral de historia y arquitectura.

Quizás más impactante que la nave gótica superancha sea el Tapiz de la Creación, una obra anónima del siglo XI que cuelga en el Museo de la Catedral. Es un bordado de gran tamaño –3,65 m por 4,67 m– con escenas bíblicas, alegorías, símbolos, luz y tinieblas, extraños animales del cielo y del mar, y las medidas del tiempo. Dónde se confeccionó, cómo llegó hasta Girona, para qué se utilizó, preguntas retóricas que rondan al contemplar una tela de mil años de la que se sabe muy poco.

El Tapiz de la Creación, en el Museo de la Catedral.Mariana Eliano,Mariana Eliano

Por su sitio estratégico, cercana a la frontera del Imperio carolingio y el devenir de las guerras europeas, Girona tuvo asedios y ataques hasta el siglo XVIII.

San Narciso, el héroe mencionado antes, fue un obispo de Girona que, sin quererlo, y de muerto, la liberó de las tropas francesas al mando de Felipe III, en 1285. Según la leyenda, cuando los soldados intentaron profanar su tumba, salieron de adentro enjambres de moscas que los ahuyentaron y obligaron a huir.

Con el paso del tiempo, el hecho se conoció como el Milagro de las Moscas, que ganaron un lugar de prestigio en la historia hasta que se convirtieron en el símbolo de la ciudad. Hay moscas en esculturas y stencils de moscas en los muros, y se venden llaveros de moscas en las casas de souvenirs. Y la Sisa –diminutivo de Narcisa– es la mascota del Girona Fútbol Club: una mosca que promete defenderlos, esta vez, de los rivales. Se la eligió hace unos años por votación entre los socios del club y la mosca le ganó cómoda, incluso, a la famosa leona.

Baños árabes en Girona.Mariana Eliano

Tan bien conservado está el casco histórico de Girona que fue el elegido para filmar (en 2015) varias escenas de la sexta temporada de Game of Thrones (aparece en ocho de los diez episodios). Los fans podrán reconocer los baños árabes –que de árabes tienen el nombre y la decoración, pero siempre fueron cristianos–, donde Arya entra en los baños de Braavos, y la Plaza dels Jurats, en la que Arya ve el teatro de las desgracias de su familia. También, las escaleras de Sant Domènec, la catedral y su entorno son parte del Gran Septo de Baelor de Kings Landing, además de San Pedro de Galligants, entre siete locaciones; y sí, hay visitas guiadas que las recorren.

Otra vez nos refugiamos de la lluvia, que vuelve en este día inestable. Estamos en la antesala del Museo de Historia de los Judíos, que ocupa el lugar de una antigua sinagoga. La historia de los judíos de Girona comienza con la llegada de 25 familias en el siglo IX. De a poco alcanzaron a conformar el 10% de la población y tuvieron su barrio propio, la judería, conocida como el Call (podría venir del latín callis, “calle”, o del hebreo kahal, “comunidad” o “asamblea”).

Deambulamos por las calles angostas y retorcidas, donde antaño había obradores, negocios y templos, y por donde, quizás, habrán caminado Moshé ben Najmán, conocido como “Nahmánides” o “el Maestro de Girona”, teólogo, cabalista y médico, y el poeta y filósofo Salomón ben Mesulam de Piera, entre otros intelectuales de la época. Durante siglos, las comunidades judías de Cataluña ejercieron un papel importante en el devenir cultural español. El final de la historia es conocido: con la premisa de imponer el cristianismo, en 1492, los judíos fueron expulsados de Castilla y Aragón. Los que no se exiliaban tenían que convertirse.

Copia del Decreto de Expulsión de los judíos en 1492 (el original se encuentra en el Archivo Municipal de Girona), cuando el rey ordenó que antes del 31 de julio de ese mismo año, todos los judíos que no quisieran convertirse al cristianismo debían abandonar España.Mariana Eliano,Mariana Eliano

En el casco antiguo –la ciudad medieval y La Força Vella– me da la sensación de estar en un pueblo, pero más tarde nos asomaremos a la ciudad moderna y multiétnica del presente. Ahora vamos por la Rambla de la Libertad y nos imaginamos cómo habrán sido los mercados al resguardo de estos arcos bajos, en los tiempos medievales. Hoy es un área de tiendas y restaurantes, entre ellos Can Roca, de los tres hermanos Roca, que también tienen La Masía –donde no es fácil conseguir reserva– y Rocambolesc, una heladería y una bikinería –inaugurada el pasado septiembre–, que es, en realidad, un despacho de sándwiches tipo tostados (“bikinis”, en catalán).

Nos acercamos otra vez al río Oñar para cruzar por el puente más conocido de la ciudad, diseñado por la Casa Eiffel, en 1877, y por el que se pagaron 22.500 pesetas: el Pont de les Peixateries Velles, o de las pescaderías viejas, porque era la zona donde se vendía pescado. También se lo llama de los palenques vermellos, por los barrotes de hierro rojo que tejen rombos.

Dos chicas lo cruzan: una le dice a la otra que le gustaría estar vestida de novia en ese puente y la otra le responde que ella nunca se casaría. Algunos se asoman entre las barras para mirar las casas del Oñar, un grupo de casas antiguas, con la fachada hacia el río, que en los 80 se pintaron con colores terrosos y arenas como parte de un impulso por lavarle la cara a la ciudad, que estaba bastante degradada. En 2010 se volvieron a restaurar.

El puente de las Pescaderías Viejas, diseñado por la casa Eiffel.Mariana Eliano,Mariana Eliano

Del otro lado, la Plaza Independencia, del siglo XIX –sería “nueva” para la edad de Girona–, reúne bares y restaurantes bajo soportales y frente a unos ginkgos jóvenes que dentro de unos meses estarán dorados. Buen lugar para una parada. En el centro, hoy se montó una feria de productos catalanes: fuet, sobrasada, quesos del país, aceite de oliva y vinos con Denominación de Origen.

La visita a Girona cierra cuando se despeja la tormenta. A las nubes oscuras se las lleva el viento y queda una luz amarilla que le sienta tan bien a la piedra medieval. Volvemos a la muralla que la lluvia no nos dejó ver más temprano. Subimos un tramo empinado de escalones hasta llegar a los 60 metros de altura. Exhalamos. Y era cierto, acá arriba están las mejores vistas de la ciudad. Además, cambia la perspectiva a medida que caminamos. Aunque es originaria del siglo IX, la muralla se reconstruyó y reforzó varias veces en el XIV. Una nube espesa se posa sobre el campanario de San Félix. Distingo el Call y, en el fondo, la dehesa, el parque principal, una enorme mata verde. Seguimos. Con casi tres kilómetros de recorrido, es una de las murallas más largas de Europa. Se cruzan jardines y, cada tanto, hay una escalera caracol para acceder al torreón y mirar desde más alto una cúpula, cipreses solitarios como soldados, el río, una torre, y los distintos ángulos de esta ciudad que no necesita rituales para querer volver.

Claustro irregular en la catedral de Girona.Mariana Eliano,Mariana Eliano

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