sábado, 7 junio, 2025
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Construir ilusión: entre el cine y el teatro

Empecé a estudiar dramaturgia casi por error. Tenía 15 años y quería inscribirme en un taller de cine y, como no había más lugares, me anoté en un taller de dramaturgia que se brindaba en el mismo lugar. Pensaba que ahí podría encontrar algunas herramientas para escribir lo que realmente importaba: guiones de cine. Yo, que actuaba desde muy chico, pensaba –arrogancia adolescente mediante– que ya conocía todo lo que el teatro me podía ofrecer y que las cosas “de verdad” sucedían en el cine.

En aquella época, era un cinéfilo voraz e inexperto y estaba muy comprometido con la gran empresa de ser guionista: había hecho algunos seminarios breves de guin, en los que tomaba nota atenta con mi cursiva ilegible: primer punto de giro, la construcción del personaje, objetivos, super-objetivos, segundo punto de giro, flahbacks, flashfowards, cliffhanger, biblia, premisa, pitch, sinopsis: palabrerío con el que llenaba mis libretas. Y con eso, intentaba escribir unos cortometrajes defectuosos y solemnes, con finales que pretendían ser sorpresivos.

En aquel taller de dramaturgia, en el que apenas éramos tres inscriptos, descubrí que escribir podía ser gozoso y, sobre todo, misterioso: así como lo era actuar. Entendí que podía escribir algo que no tenía por qué parecerse a algo que ya existía; entendí que las obras eran, desde su concepción, un objeto literario; entendí que escribir también era encontrarse con autores diversos y fascinarse con ellos, que leer y escribir eran, en un punto, una misma práctica. Y, en medio, un descubrimiento: de la misma forma que había cosas que solo el cine podía hacer –por el montaje, el encuadre, etc.–, había cosas que solo el teatro podía representar: formas de narrar que solo son posibles en sus convenciones, en su ritual. Una obra de teatro podía ser inclasificable, estructuralmente compleja, desfachatada y a la vez sublime, permitiendo variedad de lenguajes y distintos registros de actuación.

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PLOT es una obra teatral que tal vez tiene origen en ese equívoco; en ese devenir dramaturgo accidental, que empieza a preguntarse por las diferencias entre los modos de representación del teatro y los del cine.

En Hollywood, las ideas y los argumentos se compran y se venden, los plots son moneda de cambio. PLOT –una obra que, valga la redundancia, concentra el núcleo de sus procedimientos en la trama– fue una pieza que no hubiera podido concebir jamás pensando o ideando su argumento; su origen es misterioso y responde a una serie de intuiciones y obsesiones personales: pistas que –creo– me fui dejando a mí mismo en aquellas primeras páginas que escribí de adolescente y tuve que ir recogiendo con el paso de los años.

Sin saberlo en el momento de su escritura, intentaba imaginar una obra de teatro construida con los artilugios narrativos del cine: tomando su verosímil, su trabajo sobre el género, el uso abusivo de los plot twist; imaginaba cómo sería asistir al teatro a ver cómo se construye una “buena actuación” en el cine: por montaje, por corte.

El cine es pura ilusión: el registro audiovisual en sí es una ilusión de movimiento dada por una sucesión de veinticuatro imágenes en un segundo. Ese truco, casi superficial, es el artefacto con el que se construyen nuestras ilusiones: nuestras fantasías, nuestras pesadillas, nuestros recuerdos, son resultado de las ficciones que nos han marcado.

El teatro, con la aparición estelar del cine como arte, entró en crisis: ante ese espacio simbólico proyectado sobre una pantalla que parece ser más real que la vida misma, ¿puede el teatro construir una ilusión? Esta incógnita, más de un siglo después, sigue sin saldarse.

PLOT intenta leer al cine desde el teatro, desplegando una trama para pensar sus similitudes y sus diferencias. Busca poner a la luz del teatro los mecanismos que tiene el cine para construir la ilusión, para así deconstruir aquellas ilusiones que rigen nuestras vidas.

*Dramaturgo y director de PLOT.

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