Una muy buena noticia para la selección de Scaloni se pudo empezar a interpretar sobre la mitad del primer tiempo. Hasta ahí, Uruguay había sido más, insinuaba más al menos y Argentina mostraba poco. Pero dentro de esa imagen pálida se empezaba a perfilar nítidamente la figura de Thiago Almada. Lo pusieron sobre la izquierda para darle una mano a Tagliafico en las esperadas subidas de Nández y para aparecer en posiciones de ataque si las circunstancias lo permitían.
El ex jugador de Vélez empezó a ganar confianza de a poco dándole destino cierto a cada pelota que llegaba a sus pies, con toques de corta o mediana trayectoria, a veces a espaldas de los volantes locales. Y haciéndole creer a propios y extraños que este era su partido número cien con la camiseta de la Selección. Porque hasta se animaba por entonces a marcarles el mejor pase posible a sus compañeros.
La gran noticia para Scaloni fue que a todo lo que había producido en el primer tiempo Almada le agregó un gol extraordinario, clavando la pelota en un ángulo y varias intervenciones en jugadas de ataque que incluyeron un mano a mano con Rochet que el arquero resolvió magistralmente.
Thiago Almada lleva el potrero en el alma, le gusta la pelota, sabe gambetear, se ve que disfruta con el toque y encima de todo, pone un gran entusiasmo para responder a las obligaciones que le exige el juego de equipo. Corre, marca, quita, ocupa espacios para mostrarse como oposición del que lleva la pelota.
El pibe, podría decirse exagerando un poco, se ganó un espacio en el equipo y tiene todas las condiciones para que no se tenga que lamentar tanto la ausencia de Messi. Thiago es uno de esos jugadores que levantan el ánimo, que ratifican que en el fútbol argentino siguen funcionando las reservas ecológicas que le dan aire al futuro.
Para complementar la buena noticia Scaloni en la conferencia de prensa mostró más mesura que el autor de está nota: «es un gran jugador al que hay que llevar de a poco», dijo.