Joel Platt estaba de vacaciones. Sus cuatro inquietos años presentaban un dilema para su mamá. Era 1943. Para que se entretuviera decidió mandarlo a la concesionaria de autos de su tío. Probó cada uno de los vehículos sentándose en ellos y creyéndose chofer. En uno de los asientos encontró una caja de fósforos y, en su cabeza aventurera, le pareció una buena idea encender uno y tirarlo dentro del tanque de nafta. El resultado fue obvio. Joel terminó un año internado para recuperarse de la explosión.
Para animarlo, sus padres le compraban todos los días figuritas de básquet. Su papá se preocupaba por relatarle cada jornada una historia significativa del deporte internacional. Allí, en esa experiencia de resiliencia, se fundó la mayor colección privada de memorabilia deportiva del planeta, con más de tres millones de piezas valuadas en alrededor de 100 millones de dólares que requirieron a Joel recorrer más de un millón de kilómetros para reunirlas. Se trata de uno de los mayores coleccionistas del mundo, compitiendo palmo a palmo con Zero Freitas, un brasileño poseedor de cerca de ocho millones de discos de vinilo o los hermanos Ezra y David Nahmad, propietarios de las colección de arte más valiosa del globo valuada en alrededor de 3000 millones de dólares.
Aunque Shirley Mueller no llega a esos índices extremos de grandes recopilaciones, comparte con Platt ese placer y en algún punto liberación, de cuando comenzó a reunir piezas de porcelana china. Entonces, pasaba 80 horas semanales trabajando como médica, y ver los muestrarios de esas joyas que poco a poco empezaría a comprar, le ofrecía sosiego en medio de las presiones laborales. “Creo que la mayoría de los coleccionistas ponen en juego ciertas emociones personales cuando comienzan su acopio“, relata. “No es posible limitarlo solamente a condicionantes genéticos o las marcas ambientales, sino que involucra recuerdos de la infancia, probablemente algunos que no puedan identificarse, experiencias personales que implicaron una crisis y una oportunidad”.
En su caso, coleccionar la relajaba después de días y semanas muy ocupados en la medicina. “En comparación con mi trabajo diario como médica, mi mente se ocupaba de una manera completamente diferente: aprendiendo sobre algo nuevo y poniéndome a reunir un grupo de objetos de porcelana para contar una historia, una que creía que tenía que ser contada”, dice.
Mientras desarrollaba su propia página web de porcelana, Mueller se convirtió en neurobióloga y psicóloga. Es hoy una de las mayores expertas del mundo en la investigación científica del coleccionismo. Ha escrito el libro Inside the Head of a Collector: The Neuropsychological Forces at Play (Dentro de la cabeza de un coleccionista: las fuerzas neuropsicológicas en juego). En concordancia con diferentes estudios académicos, ella asegura que “el coleccionismo suele ser una vía de escape a cierta tensión personal y es habitual que esté acompañado por una figura de mentor o propulsor que es quien introduce el amor por las piezas que se reúnen, transmitiendo su pasión”.
–¿Cómo definiría a un coleccionista?
–Es aquella persona que reúne más cantidad que la necesaria para decorar su hogar con un tipo de objetos. Muchas personas pueden comprar un conjunto de productos que serían un set perfecto para un rincón de su casa, para una vitrina de su living o porque caben en un armario. Pero el coleccionista compra más que eso y ve el conjunto de piezas que tiene y que desea, como un todo. Además, existen los aficionados o expertos en cierto tema, pero no necesariamente son coleccionistas. Un sujeto puede ser afecto al arte contemporáneo y comprar algunas obras para incluir en el diseño de su casa, pero esa persona puede ser un erudito y saber de la industria sin convertirse en coleccionista, porque no está detrás de las piezas que le gustaría poseer para dar forma a su pertenencia.
–¿Es el coleccionista un tipo particular de persona? ¿Hay quienes nunca se sentirán tentados a coleccionar?
–Sí, hay personas a las que no les atrae formar un grupo de objetos y continuar buscando nuevos. Sin embargo, pueden tener otra pasión, como los deportes o el interés por la ópera, o cualquier otra cosa que consideren saludable. Coleccionar cumple esa función: el goce. El coleccionismo está sesgado de sensaciones. Es un mundo repleto de emociones que involucran cuestiones como la frustración de no poder acceder a una pieza determinada, el desasosiego de saber que una colección nunca estará terminada, la competitividad por lograr una figurita difícil o el placer de sumar una nueva pieza deseada.
–¿Existe adicción en el coleccionismo?
–Los coleccionistas no son adictos físicamente como los consumidores de heroína, pero pueden tener una adicción conductual. Es decir, tienen la compulsión de coleccionar objetos específicos. Declaran que coleccionan porque los hace felices. La felicidad es un hito inalcanzable desde el punto de vista de que nadie es feliz todo el tiempo. Pero hacer una curaduría de acopio de ciertos productos que nos placen puede aumentar el número de veces que somos felices en la vida o incrementar la felicidad que sentimos.
–¿Cuándo se ve atravesado por el lucro?
–Lo común es que la búsqueda se inicie por placer y no como un negocio. En el arte suele presentarse el afán de formar un conjunto por la inversión que puede representar a futuro. Sí suele ocurrir que los coleccionistas inicialmente reúnen objetos que tienen valor para ellos de modo individual. A medida que se añaden más piezas, cada artículo tiene menos interés, pero se lo valora por su posición en la agrupación. Esa mirada más económica, en general, llega desde afuera del coleccionista.
–¿Qué pasa con esa idea de saber que nunca completaremos el álbum?
–No importa. Disfrutamos de la expectativa de lo mejor que nos espera y solo queremos seguir buscándolo. Sabemos que si el interés en un área disminuye, podemos pasar a otra.
–¿Qué sucede en nuestro cerebro con la emoción de la búsqueda?
–Es un shock de adrenalina. Ocurre algo parecido con el maratonista: sabe que le va a costar una meta, que tendrá que esforzarse para lograrla, que tendrá obstáculos y que, tal vez, no la alcance en mucho tiempo. Pero también sabe que es posible llegar a ella y que, además, una vez obtenida, tendrá un reto nuevo que superará a la anterior. En el juego está primero la expectativa del hallazgo. Luego, está el descubrimiento en sí, que concluye la emoción. Una vez que eso ha pasado, el proceso se inicia de nuevo. Con estas actividades, esencialmente estimulamos nuestro centro de placer.
–¿Qué sucede con la angustia de la pieza que no conseguimos?
–La pérdida nos impacta emocionalmente más que la ganancia. Por eso, a menudo la recordamos mejor y nos molesta por más tiempo. Es “lo que se nos escapó”, la frustración que nos queda grabada en la memoria y nos marcará más que lo que adquirimos fácilmente.
–¿Animarías a los niños a coleccionar? ¿Qué beneficios puede aportarles en términos psicológicos y de comportamiento?
–Los niños coleccionan o no más que nada como consecuencia de su propia personalidad. En general deciden por sí mismos. Los padres pueden animar, sugerir o incluso dirigir a sus hijos hacia un conjunto u otro de objetos, pero si el niño no está interesado, es poco probable que permanezca. Que un niño haga algo simplemente porque el padre quiere que lo haga no es sostenible. Al igual que los adultos, los niños marchan a su propio ritmo. Mi hermosa colección puede ser basura para mis hijos. No obstante, quienes coleccionan, muestran concentración, decisión para ir tras una meta y constancia.
–¿Cómo lidia un sujeto con la longevidad de una colección más allá de sí mismo?
–No hay una permanencia asegurada de ninguna colección a menos que sea muy valiosa y pueda venderse a un solo propietario o donarse a un museo como tal. La mayoría de nosotros debemos lidiar con la pérdida de una parte o, peor aún, con la destrucción completa. Entonces, lo que no va a quedar en la familia probablemente se venderá por unos centavos. Es triste que los objetos que alguna vez fueron tan amados por sus dueños puedan incluso terminar siendo candidatos a un montón de basura, pero es otra de las emociones con las que el coleccionismo nos desafía.
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