lunes, 6 enero, 2025
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Gramsci la tenía clara

Gramsci la tenía clara. Lo dijo él mismo, toda revolución ha sido precedida por un intenso trabajo de crítica, de penetración cultural, de permeación de ideas. Y hay que reconocer que la izquierda ha sabido llevar a cabo esta tarea magníficamente.

El mejor ejemplo es la Revolución Francesa, que puso patas arriba la civilización occidental. No ocurrió en un día.  Fue orquestada y preparada durante décadas por un pequeño grupo de intelectuales que lograron cambiar el pensamiento de toda una sociedad.

No hace falta ser muy sagaz para ver que, a la ONU, la OMS, la UNESCO, UNICEF y demás instituciones pretendidamente buenas, realmente no les importa nada la política económica, la salud o el hambre en el mundo, si no es como excusa o herramienta para esparcir su ideología nefasta.  El cambio cultural es lo que les importa.

Comentando El Príncipe, de Maquiavelo, Gramsci dice que “una parte importante del Príncipe moderno deberá estar dedicada a la cuestión de una reforma intelectual y moral, es decir, a la cuestión religiosa o de una concepción de mundo. (…) El príncipe moderno debe ser, y no puede dejar de ser, el abanderado y organizador de una reforma intelectual y moral, lo cual significa crear el terreno para un desarrollo ulterior de la voluntad colectiva nacional popular”. Gramsci entendía a la perfección la importancia de la Batalla Cultural.

Eso es exactamente lo que la izquierda, con la ayuda de los organismos internacionales, ha hecho en nuestro país. Son muchos los que han sucumbido ante el lavaje de cerebro de los progresistas. Están tan cegados que no importa cuántos hechos, evidencia, números vean. No pueden o no quieren reconocer la realidad. No quieren ver la verdad. Y sin la verdad, no existe la libertad. Son esclavos incapaces de razonar y decidir por sí mismos.  La estupidez en todo su esplendor.

Pero los ideólogos detrás de todo esto se están poniendo incómodos. Argentina, y con ella el mundo, están pasando por un momento histórico que hace diez años resultaba impensable. 

Lo primero que sorprende al mundo es la inédita recuperación de la economía en tiempo récord. Pero el presidente sabe que con eso no alcanza. Milei sabe de la necesidad urgente de dar, además, la Batalla Cultural. Sabe que, si no lo hacemos, el cambio no va a durar.

Porque un país sano y una economía sana, no es posible sin una sociedad sana que la sostenga. Sin una sociedad donde la familia -un hombre y una mujer, ¡increíble que haya que decirlo! – sea considerada la célula base, donde los valores morales sean precisamente morales, donde las ideas sean las verdaderas. 

Algunos venimos librando la Batalla Cultural desde hace décadas. Pero no ha sido suficiente. El hecho de que un grupo de mal nacidos haga una representación blasfema del Nacimiento de Nuestro Señor en OLGA TV, sabiendo que la ofensa a la mayoría de argentinos de bien les resulta gratis,  nos habla que están acostumbrados a actuar sin consecuencias. 

Hasta ahora.

Sabemos quién era Gramsci y lo que pretendía. Pero podemos, y debemos hacer nuestra su idea del príncipe moderno y su deber de realizar una reforma intelectual y moral. Ser Gramscis de derecha.

Este es el momento. Este es el momento que las “Fuerzas de Cielo” nos están dando para hacer un cambio esencial en nuestra sociedad. Seremos juzgados por este momento. Porque no hacer nada no es una opción. Porque como dijera un ilustre español, “cuando lo permanente mismo peligra, ya no tenéis derecho a ser neutrales”. Tenemos el deber como argentinos de hacer todo lo que esté en nuestras manos para salvar a nuestra Patria.  El Bien es difusivo de sí mismo, sí. Pero no basta con ser buenas personas. Hay que actuar. Y cuando se dan las circunstancias adecuadas, como está sucediendo ahora mismo, esa difusión del Bien puede ser formidable. 

Se requiere inteligencia, tenacidad, convicción. Y coherencia. Porque no buscamos un cambio cultural basado en la mentira y lo antinatural, como el progresismo.  Libramos la Batalla Cultural por una convicción del mundo que se basa en la Verdad.  Y la Verdad resplandece en las obras y la vida de cada uno.

Hay que estar dispuestos a dejar todo en esta tarea.  Si hace falta, hasta la última gota de sangre. La tarea es monumental, pero no imposible, porque las Fuerzas del Cielo están de nuestra parte. Y nuestra Patria es una unidad de destino en lo universal. Argentina está destinada a la grandeza.

Si miramos a las fuerzas que enfrentamos, puede parecernos que somos pocos y débiles. Pero, de hecho, estamos creciendo. Porque la Verdad y el Bien SIEMPRE prevalecen. Brillan, y su luz atrae a los hombres de bien. Y el nuestro es un destino glorioso. Si morimos en el intento sin llegar a ver los frutos, que así sea. Nuestra sangre fecundará nuestra tierra. 

Y a quienes temen jugárselo todo, a quienes piensan que no tenemos las fuerzas, a quienes quieren seguir esperando, les repito las palabras que pusiera Shakespeare  en boca de Enrique V en Agincourt:

“¿Quién es el que desea tener ahora más hombres en nuestro ejército? ¿Mi primo Westmoreland? No, mi buen primo: si estamos señalados para morir, somos bastantes para ser una pérdida para nuestro país: si para vivir, cuantos menos hombres, mayor porción de honor (…) Y jamás pasará el día de San Crispín y San Crispiniano, desde hoy hasta el fin del mundo, sin que seamos recordados en él nosotros pocos, felices pocos, nosotros, grupo de hermanos; pues el que hoy vierta conmigo su sangre será mi hermano: por humilde que sea, este día le hará de noble rango, y muchos caballeros de Inglaterra, que ahora descansan en sus camas, se considerarán malditos por no haber estado aquí, y les parecerá mísera su valentía cuando hable alguno que haya combatido con nosotros el día de San Crispín”.

Se salvará quien quiera ser salvado. El resto caerá en el olvido. Pero nuestra Patria será salva, porque nuestro esfuerzo y nuestra sangre le dejará a nuestros hijos y nietos una Argentina grande, libre y soberana.

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