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Cuando el río era amable

En estos días que corren, resulta doblemente inimaginable que alguna persona en su sano juicio piense en ir a darse un baño en el Río de la Plata. Primero, porque en la ciudad de Buenos Aires y alrededores, en este mes de mayo, hace un frío tremebundo. Segundo, porque, por los niveles de contaminación que tienen sus aguas, desde el año 1975 está prohibido a cualquier ciudadano sumergirse en ellas.

Sin embargo, y aunque resulte difícil de creer, hubo pretéritos veranos porteños, cuando la canícula apretaba, en los que era posible, y hasta recomendable ir a pegarse una zambullida en el río color de león. Además, a diferencia de lo que ocurre hoy, sus costas eran mucho más cercanas y accesibles para el ciudadano de la urbe.

Así, por ejemplo, hacia la década de 1870, la gente concurría a refrescarse masivamente a una lengua del río que se metía unos cuantos metros en el territorio de la ciudad, entre las actuales calles Lavalle y Tucumán, más o menos donde hoy se encuentra la Plaza Roma. El lugar era conocido popularmente como “la Canaleta”. Además de balneario, este pedazo de río era utilizado como una feria comercial. Según narra Enrique Herz en su libro Historia del agua en Buenos Aires, a la Canaleta llegaban botes de fruteros, pescadores y verduleros, que ponían a la venta sus productos frescos. Era común que las “chinas” cocineras de la vecindad se acercaran hasta el lugar para hacer sus compras.

Hasta mediados del siglo XX era posible nadar en la porción del Río de la Plata que baña las costas de Buenos AiresArchivo

Cerca de lo que son hoy las barrancas de Belgrano, frente a la actual la estación Belgrano C de la línea Mitre, en enero de 1883 se inauguró un natatorio que fue furor en la época. El lugar se caracterizaba por tener un bonito jardín en su frente y piletas separadas para hombres y para mujeres, con la gran novedad para le época de que el agua de río de estas piscinas se renovaba en forma constante. La importancia de este lugar ribereño fue tal para la sociedad de entonces que a la inauguración asistió nada menos que el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Dardo Rocha (en ese momento, Belgrano era un pueblo independiente de la ciudad porteña). Además, las aguas del lugar fueron recibieron la bendición no de uno sino de dos religiosos católicos, el canónigo Carranza y el reverendo padre Viñales.

En aquella década de 1880, la de la modernización de Buenos Aires y la Argentina, la moda de los balnearios que aprovechaban la cercanía del río parecía no tener descanso. En enero de 1884, con gran pompa y una enorme concurrencia, se abría otro natatorio. Esta vez, uno ubicado en la calle Piedad, actual Bartolomé Mitre, entre las contemporáneas Reconquista y 25 de mayo. Según las crónicas, los empresarios Lacroze, Montaña y Domínguez habían montado su “casa de baños” con un edificio muy lujoso, que incluía una sala con duchas y un lujoso vestuario.

La Nación describía con detalle el clima de ese día: “Más de cien bañistas se movían en todas direcciones dentro del refrescante líquido, arrojándose desde el trampolín, atravesando el aire con sus alegres voces (…) Viejos y jóvenes, gordos y flacos, altos y bajos, peludos y pelados, cuerpos blancos, morenos o colorados, representativas de todas las nacionalidades (…) confundidos en el agua, en bullicioso tropel, vistiendo todos el pintoresco uniforme de la madre naturaleza”.

Y, aún sin natatorios, los chapuzones en las costas del río en sí también fueron cosa frecuente en las temporadas estivales de las últimas décadas del siglo XIX. Hubo mucha gente que incluso, por causa de sus obligaciones diurnas, se acercaba a la ribera por la noche, a cenar algunas vituallas frente al río, disfrutar de la suave brisa, y más tarde nadar en él. Para los porteños de entonces, era un planazo que podría extenderse hasta altas horas de la madrugada.

Otros tiempos de la ciudad. Imposibles de revivir hoy. El río se alejó, se ensució y dejó de ser el amable aliado de los vecinos en el combate de los calores veraniegos. Y se me ocurre que nosotros, quizá, algo tuvimos que ver con todo eso.

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