Me siento a orillas del Río de la Plata, en la avenida Costanera, frente al aeroparque, para observar esa canción acuática que baja de las altas montañas para entregarlas mansas al siempre sediento océano.
Miro con atención ese río color de león y me asombro del cielo, del agua, que viene y va en una danza permanente. Ese río trae riquezas de las tierras interiores para fecundar en el delta la alegría de la vida.
Miro el río y pienso en los hombres del interior que llegaron como el agua desde las altas montañas a trabajar por la patria. El tango empieza a asomar como un milagro en el fandango, en los suburbios más alejados, donde vivía la gente humilde, sufrida, sentimental. Emerge desde el dolor en una época de guapos, cuchillos y corajes. Una música, una expresión nueva en las orillas, en los lupanares y avanzaba despacito entre las sombras, buscando su protagonismo en la gran ciudad.
Como una luz de radiante energía, la figura de Carlos Gardel el único, primero interpretando canciones camperas, cifras, estilos. Si hasta compuso una zamba para un pueblito de Salta, ese Carlos Gardel, ídolo de muchos pueblos. Luego descubrió el tango para él y para el público argentino, hasta convertirlo en el centro mágico de la escena. Entonces el tango empilchó de primera, llenó los teatros y los cines y empezó a viajar por el mundo con acento argentino. Lo puso de moda en muchas geografías y lo dejó como herencia a la ciudad de Buenos Aires, que orgullosa muestra sus cortes y quebradas.
Pasaron muchos hombres y mujeres por la historia del tango desde sus orígenes hasta presente, con aportes de creadores uruguayos y argentinos, que hicieron historia.
Rescato la figura de Arturo Samuel Kolbenheyer, nacido en la ciudad de Salta el 2 de febrero de 1896. Poeta y escritor, quien por el año 1923 acompañó a Daniel Marcos Agrelo, Gabino Coria Peñaloza y Roberto Marasso Roca, a Julio Díaz Usandivaras en la fundación de la revista ‘Nativa’ y en el año 1927 actuó en la redacción de ‘Aurea’, revista artística, en el período que la dirigieron Sixto C. Martelli y Vicente Fatone. Colaboró con Caras y Caretas, El Trovador de la Pampa, Tradición. Cultivó la amistad de Benito Quinquela Martín, Juan de Dios Filiberto, Agustín Riganelli, Juan Carlos Dávalos, y otros. Ingresó a la canción popular en 1922 con los versos de ‘Amor que muere’, vals con música de Oscar Juan de Dios Filiberto, grabado por Ignacio Corsini con acompañamiento de guitarras en 1925 y por la orquesta de Francisco Canaro, cantado por Charlo, en el año 1928; escribiendo luego varias más, entre ellas ‘Celeste y Blanco’, tango que hizo en colaboración con Luis Teisseire y que grabó Carlos Gardel. Falleció en Burzaco, Buenos Aires, el 13 de agosto de 1972. Sus libros: «El tonel de las Danaides», poemas, 1932. «Camuflage», poemas, 1950. Esta evocación para sumar uno de los aportes realizados por Salta hacia la cultura argentina y al tango. Un homenaje a un hombre olvidado.
El río sigue con su música ancestral y el tango es la memoria viva de la ciudad de Buenos Aires. En sus páginas está la fragancia del amor ocurrido en cada esquina, están las flores y las plazas; la sonrisa vieja, un violín de pueblo, la poesía con asfalto, el fuelle adoquinero, el tango de añejos boliches que cantan solos en el silencio de la noche.