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El legendario «Conejo» Jolivet recuerda sus shows con los Redonditos y Pappo, su bautismo con Perón y sus viajes por el mundo

Probablemente se trate de uno de los mejores guitarristas que haya dado nuestro país. Él es Gabriel “Conejo” Jolivet (65), admirado desde siempre por músicos del rock nacional que hoy son populares, y que en sus inicios lo tuvieron como referente indiscutido.

Su currículum es demasiado extenso, pues ha tocado con destacados del blues estadounidense, capos de la música europea y aquí formó parte de varias bandas: Pappo’s Blues, Dulces 16 y la primera formación de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, cuando no solo proponían música, sino teatro y poesía arriba de los escenarios, a fines de los años ’70, en plena dictadura.

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Gabriel «Conejo» Jolivet tocará en Bebop el miércoles 23 de agosto por la noche, Foto Maxi Failla

El encuentro con Jolivet se produce entre mesitas, en la vereda de un pituco bar de Villa Urquiza, aunque la entrevista consta de dos partes, pues después nos trasladamos hasta su casa, apenas a dos cuadras de allí, frente a las vías de la línea del Tren Urquiza.

Por estos días, el guitarrista está preparando un concierto en una sala que, a su criterio, “es una de las que cuenta con mejor sonido en Buenos Aires”.

Se trata de Bebop, en el barrio porteño de Palermo. Y la cita es el miércoles 23 de agosto por la noche, con una troupe de músicos cómplices, tales como el pianista Patán Vidal, el saxofonista Gonzo Palacios y el baterista Timothy Cid, entre otros destacados. Con ellos repasará un gran repertorio musical suyo, además de presentar su disco Tao de King, que grabó en Madrid en 2007 y aquí no fue editado nunca.

Conejo está sentado de espaladas al sol, en un mediodía ameno de un invierno que por momentos se emparenta más a una falsa primavera. Al principio cuenta que no le gusta demasiado que lo entrevisten porque “a veces me arrepiento de lo que digo”, se ataja.

Sin embargo, cuando se larga a hablar, no hay quien lo detenga: la suya es una vida con un anecdotario que tranquilamente podría transformarse en libro alguna vez.

Una infancia inusual

Hijo de dos argentinos en Santo Domingo, capital de República Dominicana, Jolivet solo vivió tres meses de vida en la isla, pero le sucedieron varias cosas que de más grande se enteró.

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Gabriel «Conejo» Jolivet, en su casa. El artista toco Pappo’s Blues Dulces 16 y Los Redonditos Ricota. Foto Maxi Failla

Por ejemplo, que fue bautizado dos veces: en una playa con umbandas y en una iglesia católica, para cuya ceremonia su padrino fue el ex presidente Juan Domingo Perón, aunque envió a un emisario a razón de su mala relación con dicha institución tras las quemas de templos en uno de sus mandatos en Argentina.

“Tuve un bautismo vudú, con una madrina negra. Conservo una postal de todos bailando en la playa, mi abuela me la dio. Y lo de Perón fue porque él estaba allá y eran amigos con papá”, revela.

En realidad, el tema fue así: los padres de Jolivet se fueron a Santa Domingo para abrir un canal de televisión. Su madre, de tan solo 18 años, fue a acompañar y a colaborar con su papá en su labor. Por lo tanto, el nacimiento del músico en tierras dominicanas fue de pura casualidad.

“Volvimos luego de que mi papá le volcara un tintero a un militar importante; no quedó otra que irse, poque allá había una dictadura en manos del dictador nacionalista Trujillo”.

Tras el regreso familiar a Buenos Aires, pronto llegó la separación de sus padres y su realidad cambió por completo.

“Cuando fue el regreso de Perón, mi viejo se fue a vivir a Uruguay, se casó de nuevo y se fue a España. Lo vi muy poco. Recién cuando tuve 16 años reapareció y me dio una mensualidad por dos años. El era millonario y nosotros con mamá y mi hermano menor, que actualmente vive en Los Ángeles, fuimos de clase media baja”, remarca.

Debido a eso, la madre de Conejo cumplió el rol maternal y a su vez el de padre: tuvo que arremangarse y buscar trabajos para sostener a sus pequeños descendientes.

“Primero alquilamos en Belgrano, cerca de la casa de mi abuela, después en Barrio Norte, Palermo. Mamá tuvo varios trabajos, también consiguió algo en televisión hasta que entró a trabajar a Aerolíneas Argentinas, donde tuvo un rol sindical”, agrega.

Aparece la guitarra

Con el paso de los años, su madre tuvo un noviazgo breve con un folklorista, motivo por el cual el por entonces jovencito Conejo se interesó por la guitarra.

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Gabriel «Conejo» Jolivet tiene un anecdotario impresionante, desde su nacimiento en Santo Domingo. Foto Maxi Failla

“Íbamos con Eduardo Rodrigo a Cosquín. Tenía un guitarrista que se llamaba Lupia, que tocaba con el dedo gordo de la mano; yo estaba impactado con eso”.

A la par, su madre consiguió trabajo en el programa Operación Ja Ja y en El Paquete del Dúo, por donde desfilaron grandes valores de aquellos años, mientras que Jolivet observaba y se interesaba por el arte. Y así lo recuerda, con sus ojos encendidos:

“Participaba en la televisión, entregaba premios en canal 11. Aparecían comediantes como Mario Sánchez, músicos como Cacho Tirao, Hugo Díaz además de los grupos Luchuga y Mermelada. Aunque el que me voló la cabeza fue Oscar Alemán. Yo tenía entre 7 y 8 años”.

La separación de su madre de su novio folklorista dejó sus secuelas en Gabriel, pues se hizo amigo de muchachos más grandes que él, por lo que no tardó en conocer bien de cerca a rockeros en su primera juventud.

“Tuve un amigo en el barrio que era fanático de la música, escuchábamos a Creedence Clearwater Revival, los Beatles, Carlos Santana y Sandro. Le compraron una guitarra en la Antigua Casa Núñez; se la solía pedir prestado”, señala, sonríe y prosigue: “Ya tenía 13 años y me quedaba horas mirando vidrieras en casas de música. Rompí tanto las bolas y mamá terminó comprándome en cuotas una guitarra”.

Meterse dentro del ambiente musical fue crucial para que Conejo no tardara en acercarse al ambiente por donde los músicos de rock se movían por entonces.

“Mi amigo Julio Soto tenía tres años más que yo. Había reformado su guitarra y tocaba temas de Pink Floyd. Juntos empezamos a ir al Parque Centenario. Allí se juntaban Luis Alberto Spinetta, Rodolfo García y Jorge Pistocchi; estaba buenísimo”.

Spinetta, Lebón y Pappo

Sumado a eso, habérselo cruzado al poco tiempo a Luis Alberto Spinetta en una pizzería no fue menor para el joven guitarrista.

Foto de archivo donde Gabriel Jolivet aparece junto a los guitarristas Alambre Gonzalez y Oscar Mangione, en 2015 Foto: Andres D'Elia.

Foto de archivo donde Gabriel Jolivet aparece junto a los guitarristas Alambre Gonzalez y Oscar Mangione, en 2015 Foto: Andres D’Elia.

“Mi abuelo me llevaba a San Fernando, a un barco. Cuando regresábamos, íbamos a una pizzería a la que muchos llamaban La Bola de Grasa. Allí había muchachos de pelo largo: Spinetta, Edelmiro Molinari, Héctor Starc y David Lebón”, rememora.

Aunque todo no terminó allí: “Cierta vez, Spinetta nos vio a mi hermano y a mí compartiendo una porción de pizza, nos habló y nos compró una Coca a cada uno y nos hicimos amigos”, adiciona.

Detrás llegó su amistad con David Lebón, mirar un show de Pescado Rabioso desde un costado del escenario e incluso cruzarse con Pappo, con quien tocaría tiempo después.

“El Carpo generaba respeto y miedo cuando llegaba. Todos decían: ‘Cuidado que ahí viene Pappo’, porque era medio rayado. Yo lo había conocido de vista mucho antes, en la fábrica de guitarras de un amigo; solía tocar en una piecita”.

Aunque la primera vez que cruzaron palabras no sucedió de la mejor manera, según hace memoria Jolivet: “Fui a un show suyo y le dije: ‘Ese jeite es de Mick Taylor’. Me miró medio enojado y me la dejó pasar. Años después, cuando regresó de Inglaterra, me vino a ver para rearmar Pappo´s Blues, en 1978”.

Por aquel tiempo, Conejo ya tenía 20 años y pese a las dificultades que planteaba Pappo para salir a tocar, el guitarrista se mostró alentador ante el recién llegado, quien le pidió que se comunicara con Pedro Damían Bayone (conocido en el ámbito del rock como el Gordo Pierre) para que salieran de gira con su micro.

“Tenía problemas de motor y de tren delantero. Arregló el motor y salimos igual. Tardamos dieciséis horas en llegar a Necochea. Se movía de un lado para el otro el micro. Tocamos para doscientas personas y después tocamos en Mar del Plata. Recuerdo que comimos arroz integral, que era lo único que había”.

Jolivet continuó tocando durante un tiempo con Napolitano, hasta que se caldeó la relación entre ellos y terminaron las cosas de manera compleja.

“Nos agarramos a piñas porque yo me le planté. Aunque eran esas peleas que luego que sucedían, volvías a ser amigo. No le tenía miedo. Yo vivía cerca del Bajo Belgrano y de chico siempre estuve acostumbrado a pelearme con los pibes de la villa, iba al frente”, se ufana.

Etapa Redondos

Hacia fines de los años ’70, mientras Jolivet ensayaba en una sala en el centro porteño, en paralelo trabó una relación de amistad con un luthier llamado Lorenzo, con quien primero tuvo un inconveniente que luego resolvió, pero no fue grato, más allá del final feliz.

“Compré una guitarra y me robó el micrófono original. Entonces le fui a reclamar y al final me lo terminó devolviendo y terminamos siendo amigos”.

Y sigue: “Yo tocaba el slide en mi guitarra, con Pappo y Edelmiro. Un día Lorenzo me dijo que había unos pibes de La Plata que necesitaban un guitarrista y que me recomendó”.

Lo cierto es que Conejo fue a visitarlos al departamento en el que Skay y Poli se hospedaban sobre la calle Hipólito Yrigoyen, solo a dos cuadras de donde él ensayaba en lo de Lorenzo. El músico rememora la siguiente: “Los fui a conocer y tomamos mate. Skay me dijo: ‘Este grupo es Patricio Rey. Algunos dicen que es un niño, otros que es de Salta, otros que es un gurú’”.

Nada tardaron en ir directo al grano y encarar hacia el terreno musical, razón que los convocaba.

“Fuimos al Tubo de Ensayo, en el subsuelo, donde ensayaban con Fenton y Guillermo Migoya. Cuando Skay tocaba un pito, yo tenía que frenar de tocar mi guitarra. Le pregunté: ‘¿Y el cantante?’. A lo que me respondió que ‘es un astronauta italiano medio fugado en la Plata’”, enfatiza.

La primera vez que Jolivet tocó con ellos y con público sucedió en el Centro de Artes y Ciencias, que quedaba dentro de una galería sobre Avenida 9 de Julio, en el centro. Recuerdo no tan grato aquel para el reconocido guitarrista.

“Poli me mandó a una casa de disfraces y me hizo vestir con jaquette, por lo que me sentí para el traste. Skay estaba con una campera de cuero gastada, gorra de aviador y antiparras. Fentón como mosquetero. El Indio, tal como se solía vestir”.

Aquellos eran tiempos de dictadura, por tal motivo el que sería el segundo concierto de Conejo con los Redondos tuvo que suspenderse sobre la marcha. “Lo postergó el dueño del lugar. Llegué con una novia y Poli me dijo: ‘Váyanse porque va a caer la policía’”.

Apelando a aquellos años de plomo y tras la persecución que tenía el rock por parte de la policía, Jolivet considera que cuando él estuvo en la banda fue justamente cuando nació la idea de la independencia artística de los Redonditos de Ricota.

“Nos daban flyers para repartir con la imagen de un niño que supuestamente era Patricio Rey. Nadie los contrataba, entonces decidieron lanzarse a la epopeya de la independencia”, expresa.

De pronto suena el celular de Gabriel. Se interrumpe la entrevista. Plantea el traslado a su casa porque olvidó que había comprado algo por internet y estaban esperándolo en la puerta de su casa.

Luego de una corta caminata de tan solo dos cuadras, la charla se retoma dentro de su casa, en una mesita que da a un ventanal. A lo lejos se divisa un amplio jardín; un poco más cerca, un tender con ropas colgadas para secarse; y hacia el costado izquierdo, una habitación con una consola, además de antiguos equipos de sonido.

“¿En qué estábamos?”, pregunta el músico.

Y tras un breve lapso, reemprende el diálogo: “Ah, sí, con los Redondos toqué en varios lugares más. Por ejemplo, la Sala Monserrat y también en el Parakultural, que por esa época se llamaba Teatro de la Cortada y después me fui”.

-¿Seguiste en relación con ellos pese a desvincularte del grupo?

-Toqué en los Racing y en los Huracán en 1994, pero fue una mala pasada. Porque en una de las fechas me dijeron que me iban a avisar cuando salir y lo hicieron pasado el tema. Skay me preguntó de mala manera: “¿Dónde estabas, salamín? A lo que le respondí la verdad. Después del recital le dije al Indio: “Errar es humano, ¿no?”. Y él, de forma irónica, de inmediato le habló a Skay: “¿Oíste lo que dijo este?». Ellos eran muy perfeccionistas. Y está bien. En fin.

Respecto a si el guitarrista los considera amigos de la música o tan solo colegas, su respuesta es categórica.

“Nunca tuve gran relación con el Indio. Hubo camaradería recíproca cuando fuimos compañeros. Hoy creo que es un amigo con el que toqué. Y con Skay creo que tuve más unión, porque él me fue a buscar”.

Por otra parte, aunque fue guitarrista nada más y nada menos que de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Gabriel plantea que pocos lo saben.

“No grabé en ningún disco de estudio, tal solo aparezco cuando el Indio me llamaba a los gritos en los Huracán. A mí el público de los Redondos no me identifica con ellos”, analiza.

Viajes

Las largas estadías de Gabriel “Conejo” Jolivet en el exterior mucho tuvieron que ver con que el músico se destacara entre grandes, como por ejemplo durante su tiempo en Estados Unidos.

“Fui cada tres meses y en Florida viví dos años. Laburaba de obrero y me invitaban a tocar los fines de semana. Me quedaba tocando por horas en casas de música”, retrata el guitarrista, luego avisa que va al baño y a su regreso, continúa: “Un chico que me vio tocar me recomendó ir a Georgia y hasta allí nos trasladamos con mi mujer y sus dos hijos pequeños. Me hice grandes amigos allá y hasta tuve el placer de tocar nada más y nada menos que en la House of Blues, por donde pasaron todos los grosos”.

Por otro lado, acerca de sus años en Europa el músico atesora numerosas anécdotas dignas de relato.

“A principio de los años ’80, cuando fui para allá, me encontré con Miguel Botafogo. Me fui a Inglaterra a un hotel de tan solo cinco libras. Recuerdo que me encaró uno de Scotland Yard por si llevaba drogas. Luego me fui a una casa de música. Todos tocaban mal, hasta que uno de rulos lo hacía bien. Era precisamente Botafogo”, cuenta lanzando una carcajada.

A través del ex Durazno de Gala, Jolivet conoció una chica que lo llevó nada más y nada menos que al mítico Marquee, por donde pasaron leyendas del rock anglosajón.

“La invité a comer unas pizzas y ella como agradecimiento me llevó a un show al Marquee. Estaba lleno de pibes tomando anfetaminas y haciendo pogo. Había cincuenta personas y una chica cantando. Era la cantante de The Pretenders”, relata con cierto orgullo.

Aunque no sólo hubo situaciones incomparables en Inglaterra, pues en España, así como llegó a girar con Botafogo, tuvo la dicha de tocar con Antonio Flores, hijo de Lola, quien falleció en 1995.

“Lo conocí a través de Botafogo. Ensayamos en Tablado e hicimos una gira por todo el país. Cantaba bárbaro, pero cuando íbamos a Sevilla lo agredía: ‘Nunca vas a ser como tu madre’, le decían”.

El desenlace de esa unión musical con el hijo de la legendaria Lola Flores llegó poco después de un accidente que casi termina por ser fatal.

“Hasta viví con él; tuvo problemas de inyectarse drogas. Luego tuvimos un accidente. Patinó la camioneta en la que íbamos de gira y casi morimos todos. A Botafogo le cayó ácido de la batería y le quemó el rostro. La zafó de casualidad”.

El grupo Dulce 16

Al volver de Europa, muchos músicos que hoy son reconocidos del rock nacional fueron alumnos de Jolivet, tales como “Juanse y Juanchi Baleiron, que siempre cuando me ve me dice: ‘Soy quien soy por vos’, aunque hasta el momento nunca me invitó a un escenario de Los Pericos’”, ironiza y sonríe.

Por otra lado, algo llamativo también sucedió entre viaje y viaje al exterior por parte músico nacido en Santo Domingo.

“Una vez cayó a casa un chico jovencito diciéndome que me admiraba y que quería tocar la batería en los Dulces 16, pero no se dio porque yo ya me había ido. Él era Charly Alberti”, evoca.

Pero eso no terminó allí: “Cuando regresé del exterior, me llama y me dice: ‘¡Conejo! ¿Volviste? Quiero que vengas a ver un ensayo con la banda con la que estoy tocando”.

-¿Fuiste?

-Sí, fue en el Barrio River. Entré a la casa y me dio la mano Gustavo Cerati. Yo justo venía de ver la movida new-wave de España. Ensayaron y noté que tenían una mezcla de Duran Duran y The Cure.

-¿Y qué sucedió después del ensayo?

-Charly me llevó a un balconcito y me preguntó qué me había parecido la banda. “El del bajo toca bien. Y del que canta nunca más en tu vida te separes”, le aconsejé. Al tiempo los agarró la discográfica Sony y ya todos sabemos qué pasó: la historia de su éxito llegó.

MFB

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