25 de junio de 1986. Primera hora de la mañana. En el bar del pueblo, Los Cánovas, una pedanía de la localidad murciana de Fuente Álamo, se apuran los cafés. Una llamada irrumpe la calma. No hay otro teléfono en el pueblo. Es la Guardia Civil.
La noticia impacta a todos. Andrés y Carmen, matrimonio más que conocido, querido, han tenido un accidente en el Puerto de Somosierra (Madrid). Sus cuerpos yacen sin vida junto a su camión. Desde el bar, avisan a María, madre de ella, suegra de él: «El zagal, mi nieto, Juan Pedro, ¿cómo está? ¿dónde está?». Nadie supo responder.
No está. Se buscó por las inmediaciones del accidente. Nadie lo ve. No había rastro del niño, que tenía 9 años, y estaba a punto de cumplir los 10. Se imprimieron carteles de búsqueda con una foto que se hizo emblema: Juan Pedro, vestido de marinero, el día de su comunión. «Teníamos otra más reciente, pero era más pequeña, no tenía calidad», recuerda hoy su tío Juan. «Necesitábamos que fuera grande, así que pensamos que esa, de un año antes, era la mejor«.
Juan ha sido voz de la búsqueda durante décadas: «el niño no iba en el camión». El portavoz de una familia que no ha dejado de investigar. CASO ABIERTO, portal de sucesos investigación de Prensa Ibérica retrocede, junto a él, a aquel fatídico día. «Todo ocurre en 22 segundos. Aunque han pasado 37 años, recuerdo todo como si fuera ayer».
Las tres fotos que se difundieron por la desaparición del niño de Somosierra. La de la derecha, «solo en carteles pequeños, de mano, no tenía mucha calidad». CASO ABIERTO
24 de junio de 1986: el viaje
Juan Pedro, junto a sus padres -Carmen y Andrés-, inician el viaje en el camión. El 24 de junio salen de Cartagena, tienen que entregar un depósito de 23.000 kilos de ácido fumante en Bilbao. «El niño normalmente no viajaba con su padre», cuenta su tío. «Pero era final de curso, había sacado buenas notas, y querían que viera el norte, como premio«. Juan Pedro estaba feliz. Sus padres también.
El camino transcurre con normalidad. «Andrés hace las paradas habituales». Tres. «Comparado con otro viaje anterior, era prácticamente idéntico, todo normal». La última parada que realizan, antes de las seis de la mañana, es en el Mesón Aragón, también conocido como restaurante El Maño. Se bajan los tres. «El camarero los ve. Desayunan y se van», apunta Juan. Están a unos 40 kilómetros del Puerto de Somosierra. A las 6:30 horas lo coronan. En la bajada, a las puertas del mismo pueblo de Somosierra (KM 95, N-I) se estrelló el camión.
Salieron despedidos
«La Guardia Civil llama al bar. Cuando van a decírselo a la abuela, es lo primero que hace, preguntar por su nieto. Vuelven a hablar con la Guardia Civil. Los agentes dicen que desconocen la existencia de un niño. A raíz de ahí es cuando se empezó a buscar».
Juan retiene en su memoria cada minuto de aquel 25 de junio de 1986. «Estábamos en Murcia y nos fuimos para allá», revive. «Cuando llegamos al lugar del accidente, a primera hora de la tarde, ya habían levantado los cuerpos de Andrés y Carmen, que salieron despedidos del camión». ¿Y el niño? «Partimos de la premisa equivocada. Presuponíamos que estaba dentro de la cabina, que estaba aplastada. Se veía algo dentro, como un abultamiento. Al día siguiente, cuando se abrió, vieron que era un bulto de ropa, no era él».
La primera hipótesis: que el ácido hubiera disuelto el cuerpo del niño. «Es falso y, además, imposible», dice su tío tajante, «el ácido cayó sobre el cuerpo de su padre, y no desapareció, estaba allí»
Batieron la zona durante días, semanas. Agentes de la Guardia Civil, voluntarios, familiares, «peinamos los alrededores por si había salido despedido. Bueno, bastante más, yo anduve hasta Pinilla, a 12 kilómetros de allí. Incluso fuimos con una retroexcavadora. Excavamos una profundidad de 50 centímetros en toda la zona del accidente por si el cuerpo hubiera sido enterrado por los arrastres del vehículo… y no había nada».
Un bombero, con mascarilla, examinando el vehículo. EFE
Surgió la primera hipótesis: que el ácido hubiera disuelto el cuerpo del pequeño. «Es falso y, además, imposible», dice Juan, tajante. «La cuba del camión va divida en tres tanques. La boca de la cisterna que se rompe es la última, la tercera, la de atrás. El cuerpo de Andrés (padre) fue despedido justamente debajo de la cuba, la que se rompió. Todo el ácido de aquel tanque le cayó encima. A él no le faltaba ni un trocito de carne». Con dolor, mucho dolor, lo comprobó: «lo vi con mis propios ojos. Le miré detenidamente. Estaba negro de cintura para arriba porque le cayó todo el ácido, pero estaba ahí».
Alguien se lo llevó
«Empezamos a sospechar». Batidas, excavaciones… ¿Dónde estaba el niño? «La explicación del accidente era que el camión se queda sin frenos. Es falso, porque había marcas de frenado en la carretera», describe Juan. Su duda, su lucha, su insistencia, favoreció la petición judicial a Alemania para analizar el tacógrafo del camión. Lo recibieron al mes con el desglose de distancia, velocidad y tipo de circulación de los últimos kilómetros hasta que se estrella el camión.
«En 18 kilómetros, los últimos, Andrés hace 12 paradas. Empiezan pasado lo que era Buitrago de Lozoya (Madrid), en el primer repecho, el camión se queda parado un segundo». Las diez siguientes serán similares, de un segundo, cero, dos… «Creemos que le iban obstaculizando. Nadie para sin motivo un camión, con esa carga, en una subida como la del puerto. Se queda sin fuerza para continuar». La última parada, quizá clave, «fue entrando en Somosierra, al pueblo. El camión estuvo parado 22 segundos. Es donde suponemos que le quitaron el niño a cambio de algo«.
Cogieron algo del camión
«Les pedimos a los agentes que tomaran nuevas declaraciones, que hicieran un segundo atestado, para ver si alguien aportaba algo de mi sobrino. El primero se hizo sin saber que Juan Pedro viajaba también en el camión. Dijeron que lo harían, pero no lo hicieron. Localicé yo mismo a todos los camioneros que vinieron de frente a ellos en ese tramo aquel día. Estuve hablando con ellos. Nadie los llamó».
Fruto de esas conversaciones apareció un dato inquietante. Segundos después del accidente, aseguran, se paró allí una furgoneta Nissan Vanette. «Era blanca, conducida de una manera alocada. Me dicen que se bajan dos personas, un hombre y una mujer. Ella dice que es enfermera, que la dejen pasar. Un hombre se fue derecho al camión. Aseguran que lo registra, llama a la mujer, y se van. No vieron lo que llevaba en la mano, pero salieron corriendo. Tan rápido, que casi atropellan a un herido del camión con el que Andrés impacta, que estaba en el asfalto. Se dieron a la fuga en dirección norte. Sin más explicación»
Juan trasladó el dato a la Guardia Civil, «no hubo movimiento de los agentes». Esa furgoneta llevaba escasos meses comercializándose en España. «Llamé a Motor Ibérica y expliqué quién era, que necesitaba localizar a los conductores de la Vanette. Me dieron un listado con las matrículas y los DNI de todas las que había». Los testigos dijeron que si veían sus caras, los reconocerían. «Ordenados por edad, por nacionalidad, se lo entregue a la Guardia Civil para que sacara las fotos, las caras. Nadie comprobó ninguna documentación».
Más fotos familiares de Juan Pedro; de fondo, en punto kilométrico dónde se estrelló el camión. CASO ABIERTO
«El niño iba dentro»
Narcotráfico: segunda hipótesis. «Por aquellos años las mafias de la droga funcionaban así». Algunos transportistas denunciaron que en áreas de descanso les habían metido droga. Era una vía rápida para llevar heroína a Bilbao. «La velocidad que llevaba Andrés bajando el puerto era superior a 110 kilómetros por hora. Tras parar esos 22 segundos, conduce alocadamente, a una velocidad bestial, con un camión lleno de ácido, y se pone a adelantar en una curva. Quizá el niño iba delante, cogido como rehén y quería alcanzarlo a él».
Juan salió ante los medios afirmando que creían que Juan Pedro no iba junto a sus padres. «Recibí una llamada, que es lo que nos hace pensar que estamos en lo cierto, diciendo que era la esposa de un camionero, que un momento antes de estrellarse, vio al niño en el camión».
«Grabé la conversación y la voz que me había llamado no se parecía en nada a la mujeres reales de los camioneros que se cruzaron con él»
«Primero, es imposible que de madrugada alguien pudiera ver al niño dentro viniendo de frente. Segundo, yo contacto con los camioneros que pudieron venir de frente, hablo con ellos. Hablo con sus esposas. Grabo la conversación y resulta que la voz que me había llamado no se parece en nada a la mujeres reales de los camiones que se cruzaron con él».
No fue lo único. «En los carteles pusimos un número para que nos contactaran si tenían alguna información. De repente, llamaban 24 horas al día, durante mucho tiempo. Contestabas, no decían nada, una y otra vez. El objetivo era que tuviéramos el teléfono ocupado y no entraran llamadas de verdad».
Droga en el camión
La investigación se enquistó. «La desaparición más extraña de Europa», dictó Interpol. Un año después, los medios de comunicación de la época publicaron que, en la cuba del camión habían hallado restos de heroína en una manta que iba en la tanqueta del vehículo.
«Imposible. Si hay ácido no hay manta, si hay manta no puede haber ácido. No puede mantenerse una manta ahí, se desharía. Obviaron la parte importantísima de que era una manta de un camionero que puso la Guardia Civil cuando se volcó la cuba, en forma de tope, para que no se derramara más ácido. Al darle la vuelta a la cuba, cuando se retiró el camión, esa manta cayó dentro». Iba envuelta en un plástico, decían, «era una chaqueta amarilla de bombero, que se utilizó también».
La anciana iraní
Durante años, fueron varias las llamadas que aseguraron ver a Juan Pedro, pero destacó una, la de un profesor de autoescuela que aseguró ver a una anciana ciega iraní con un lazarillo, un niño, con acento del sur. El profesor le preguntó por qué el niño hablaba tan bien castellano. Dice que se puso nerviosa y se fue. Más tarde, vio la foto de Juan Pedro, aseguró que el niño era él. «Nunca nos llegó ese dato», afirma Juan.
Juan Pedro, junto a sus padres, Carmen y Andrés, el día de su comunión. A la derecha, foto de boda de los padres del niño. CASO ABIERTO
Han pasado 37 años. En casa de Juan, el tiempo nada cura. «Solo nos quedan dos caminos: que uno de los que formara parte, que estuviera implicado, quiera contar lo que pasó, por lo que sea, porque esté arrepentido, se vaya a morir… o que el propio Juan Pedro, mediante prueba de ADN, descubra quién es».
Juan Pedro, el niño de Somosierra, era un niño feliz. Sacaba buenas notas, disfrutaba de su familia, adoraba a su abuela y no tenía claro aún que quería ser de mayor, «al menos no nos lo contó», sonríe Juan. No hay cese: «ya no buscamos a un niño. Es una persona adulta que tiene su propia vida… pero necesitamos aclarar que ocurrió».